miércoles, noviembre 22, 2006

Lluvia

Siendo justos, es cierto que la lluvia moja, hace que nos congelemos y hasta que enfermemos, estropea nuestros libros y resulta fastidiosa en determinados momentos de nuestra vida y para muchas ocasiones. Al fin y al cabo, pensaréis, la lluvia es tan solo un fenómeno atmosférico más... y ni siquiera el mejor.

Lluvia

Te vas de sus brazos sintiéndote más herida y sola.
Como desnuda en la ciudad oscurecida,
Al menos, el día está tan gris como tú.
Por suerte, suele ser así.

El llanto parece cristalizar de un momento a otro,
Pero reflejado entre luces y miradas, se acobarda,
Refugiándose en tu pecho.

Entonces, una gota de lluvia cae sobre tu rostro y lo recorre,
Acariciando el sendero de las lágrimas no derramadas.
La angustia de la contención desaparece
Y puedes respirar de nuevo.
Así es la mano amiga de la lluvia.


Hay personas que detestan la lluvia. Yo no.

jueves, noviembre 16, 2006

Cuento I. Vida de plástico.


En la encrucijada de alguna noche lejana, soñé que me despertaba transformada en muñeca. Mirando por encima de mi, en mi cama, descubrí con asombro mis pequeñas piernas de plástico, mis manos de plástico, mi pelo de plástico... y mis pestañas pintadas. Creí compartir el horror de Gregorio Samsa, como si fuese un nuevo personaje creado por Kafka para su Metamorfosis. ¡Que surrealismo! Mi existencia reducida a una vida de plástico. ¿Podía pasarme algo peor?

Me detuve entonces ante el espejo de mi tocador (toda buena muñeca tiene uno), incorporada sobre mis diminutos pies de plástico y uñas pintadas de algún color chic. Me detuve. Me detuve buscando un sentido, una explicación ante el horror vacío de significados. Buscando el lado positivo a todo aquello. Intentando no ser una loca dramática... como siempre.

Al menos – pensé entonces- una muñeca es hermosa. Ser un escarabajo sería mucho peor. A la gente, suelen resultarles repulsivos. Sin embargo, adoran las muñecas; las coleccionan, las miman, son todo un símbolo de la infancia y la felicidad. Ser de plástico, por otra parte, tampoco está tan mal. El plástico es duro y resistente, no enferma, ni tiene imperfecciones, y además, al plástico, no le coge el frío. Es normal que las muñecas no tengan preocupaciones. Su mejor amigo suele ser una rana de la suerte, y los campos de rosas se crearon para que ellas durmiesen suavemente sobre sus pétalos. Ser muñeca, realmente, no estaba nada mal. Había un lado poético en todo aquello.


Pero desperté. Mis dedos acariciaron mis pestañas y sentí un cosquilleo. Miré las puntas de mis pies, moví las piernas y no vi restos de partes articuladas. Nada más que piel y carne. Todo blando, frágil, suave. Mi cuerpo. Yo.


Comencé entonces a añorar aquella vida de plástico. A extrañar el placer de regresar a la infancia. A desear aquel inocente sentir ajeno a la maldad del mundo o el descansar tranquilo en el vientre materno, incluso.


Y frente al sueño: una vida corriente, un cuerpo corriente... Y el estrés y el desencato de nuestra sociedad. Resulta imposible dormir sobre rosas. La suerte es un falso amigo. Y nada es poético. Yo, una loca dramática...