Elliott Erwitt, Key West (Florida, 1982)
Jamás volveré sola a Dublín.
Así me encontraba hasta que apareciste. Atrapada en una pequeña isla silenciosa, conmocionada por la eternidad del océano, abrumada por la tranquilidad de la oscuridad y su cercanía; desesperanzada, dormida.
Y sin previo aviso, me estabas mirando. Me mirabas de un modo tan intenso que me fui despertando. Me descubrí como acurrucada en tus ojos, sin aliento, y no quise abandonarlos. Quería quedarme dormida a tu lado para siempre.
Pero seguí despertando. Como un objeto inanimado, recuperando la vida de su corazón de piedra, palpitante bajo el rubor de una nueva sangre.
Despertando, creciendo. Como una pequeña flor que consigue abrir sus pétalos arropada por el calor que desprende nuestra piel cuando me tocas.
Creciendo, despertando. Como una frágil mariposa intentando escapar de su destino mortal, aprendiendo a volar para alcanzar tu boca.
... Pero, tal vez, solo soñé que despertaba. Acaricias mi pelo suavemente y susurras algo a mi oído. Tan sólo una leve caricia con la yema de tus dedos, un delicado roce y, de nuevo, no puedo respirar. Por un momento creí que mis alas lograrían alcanzarte... pero se desvanecen.
Tú, continúas mirándome. Pero no sé si hay espacio para mi sueño en tu mirada.
Jamás volveré a Dublín... sin ti.